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CUARENTENAS, por Horacio García
Pocas veces en mi larga vida me sentí tan “macho” como el 12 de Febrero de 2020. Ese día, indignado, fuera de mí, cuando vi la factura de Cablevisión, me di de baja del servicio. Como era débito automático, no había reparado en el impacto: 4030 pesos era una irrespetuosidad. Ese cargo en mi cuenta me dio directo en el corazón, me hizo dar cuenta de qué bruta manera me estaban cagando. Fueron venciendo todas las promociones y quedó el precio puro y vil.
Me sentí muy mal, me insulté mucho y fui muy duro conmigo. Esta práctica es habitual: nos llenan de ofertas, podemos ver de todo y en la mejor definición y nos sentimos bárbaro, pero deberíamos llevar una agenda más para recordar cuándo vencen. De eso se aprovechan y, sin darte cuenta siquiera, terminás pagando una barbaridad. Cuando llamás para quejarte, más burlado sos: te ofrecen las mismas rebajas y el precio se reduce a la mitad, y te sentís un pelotudo porque, si podes ofrecerme un servicio más barato, quiere decir que todo este tiempo que no me quejé me estuviste rompiendo el culo gratuitamente. Por eso esta vez no llamé, fui directamente a la página de Internet y cliqueé en “darse de baja”. Debo admitir que jamás pensé que me darían bola, estaba convencido de que me iban a llamar para ofrecerme un precio más económico… no ocurrió o no se pudieron comunicar.
El resto del mes de Febrero estuve de vacaciones. Mi tarea principal fue cuidar por las mañanas o por la tarde a los salvajitos; y lo que quedaba del día era para gozar de la más absoluta libertad. En este caso, disfrutar de todos los partidos de Europa y de Argentina y, por supuesto, de libros y Netflix. Jamás me acordé por esos días de mi acto heroico. Con el correr de la semana, fantaseaba que, con el despelote que tendrían estos tipos, no habían podido cortar todavía el servicio. Es más, me ilusionaba con no pagar y seguir con el cable. Y así sucedió por un tiempo: la factura sólo mostraba el costo del pack fútbol, que supongo facturaría distinto. Me sentí Robin Hood. ¡Qué inocente, qué iluso, qué pelotudo!
Cuando el domingo primero de marzo el Smart denunciaba “sin señal”, una angustia se alojó en mi pecho. Instintivamente cambié a Netflix y el alma me volvió al cuerpo: Internet había. Como buen argentino, volvió a ganarme un aire triunfalista. Sin embargo, era necesario adaptarse a la situación y cambiar los hábitos. Volví a prender la radio portátil y, claro, las tres existentes no querían trabajar, se sentían ofendidas y abandonadas. Parecían decir: “ahora que nos necesitás, volvés, mercenario”. Con esfuerzo, pude recomponer dos que me siguen acompañando.
Tres días después, también dieron de baja Internet; pero todavía daba pelea: usaría el Wifi de mi hija que vive en la planta alta. Me hice de la clave y comenzó ahí un martirio que duraría hasta el jueves 19 de marzo a las 14.30 horas, pero ya llegaré.
La contraseña tiene demasiados números y demasiadas letras, por lo menos para mí que luché sin descanso para acertarlas desde el control remoto. En vano. Evidentemente mis puteadas resonaron en Ciudadela porque enseguida bajó mi yerno (doy por segura la coparticipación de mi hija Florencia, preocupada por la salud mental de su progenitor). Con su santa paciencia logró la conexión y mi agradecimiento sincero. Duró poco por cierto. La señal iba y venía; mi mal humor sólo iba, iba in crescendo hasta la explosión final. Desistí y no lo intenté nunca más. Me dije: “Lacho, no podés ser tan dependiente del cable, Netflix o Internet”. “Es como una adicción”, me contesté.
Una ráfaga de serenidad me permitió recordar que tengo un teléfono moderno y una notebook, cansada, pero todavía activa. Mi orgullo estaba igual que la mísera rayita que me mostraba la conexión de Internet “colgada”, que sólo lo sostenía Flow, y aunque vuelva a adelantarme, hasta hoy lo tengo.
Estoy seguro de que mi vista disminuye al mismo tiempo que las otras “aplicaciones” del cuerpo humano, lo comprobé tratando de ver en el celular un partido de fútbol. No lo recomiendo, sobre todo, a adultos mayores. Es muy doloroso para el futbolero cuando la pelota va hacia el arco y de repente en la pantalla aparece un circulito verde que acelera y desacelera desesperadamente en busca de la imagen. Y uno putea y maldice como si de esa manera la pelota entrara; y cuando la imagen se sintoniza nuevamente, la pelota está en el campo opuesto, y ¿qué carajo pasó? La respuesta es el celular volando en dirección al sillón más mullido y amigarse con la portátil, que por suerte no guarda rencor.
La situación era tan grave que ameritaba tomar una decisión que sería una mancha importante en mi intachable trayectoria. El tango dice: “vuelvo vencido a la casita de mis viejos”, lo interpreto como alguien que quiso volar y lo bajaron de un hondazo. Yo podría cantar: “vuelvo rendido al mercado del cable, al capitalismo más marketinero, a las garras de unos chorros desvergonzados”. Pero un socialista como yo, que había tomado una medida revolucionaria, no podía ceder ante la primera presión. Engañándome a mí mismo, exclamé: “a Cablevisión no vuelvo”, y mi desesperada abstinencia me decidió y solicité Internet a Telecentro. Es importante señalar en nombre de la revolución que era únicamente Internet, en un mismo acto de arrojo dejaba de lado el cable y sobre todo el fútbol. Lo que constituía un renunciamiento histórico en momentos en que nadie renuncia a nada.
Pero el mercado cuando se siente herido golpea dos veces. Con la mejor actitud de un cliente nuevo e inexperto, elegí el paquete de cien megas por 1402 pesos; en verdad era un ahorro importante. Fui muy claro y preciso, les dije que mi hija vivía arriba y tenía Telecentro, que la dirección era la misma pero en planta baja. Me contestaron que no había inconvenientes, que dejara fotocopia de mi DNI y un servicio a mi nombre, si yo no iba a estar. Así hice, preferí no faltar al trabajo para salvaguardar al esclavo perfecto que llevo en mí. No quiero aburrir, la gestión fracasó porque la empresa no puede tener dos servicios en el mismo domicilio, algo que yo mismo sugerí, pero… a llorar a la iglesia. Estando en Lomas de Zamora era más difícil que mis puteadas llegaran al barrio, sin embargo, creo que mi hija las intuyó, porque ante su cara de pocos amigos, el empleado ofreció una solución: colocar una nueva boca arriba para conectarla a mi televisor, mejorar la calidad de WI Fi y a festejar, encima volverían el jueves siguiente, 12 de Marzo. La promesa era tentadora: recuperaba el cable y tendría Internet por muy poca plata, que costaba la instalación. Volví a confiar y así me fue.
El sistema se vengaba de mí con una virulencia inusitada. El señor que vino defendió con uñas y dientes su honestidad y sostuvo que lo prometido no se podía hacer. Vencidos mi hija y yo, puteando a coro, desistimos. Tal sería mi desazón que se notaba a través de whatsapp, por eso Flor enseguida me mandó un mensaje con una propaganda de Claro.
Recuperado del ultraje sufrido, pedí el paquete de Internet de 100 megas y línea fija por 849 pesos. En dos días se acabaría mi calvario. Como era sábado, no tendría que involucrar a mi hija y otra vez estaría en el primer mundo. Lo que no sabemos es que el destino guarda a los mortales desafíos que ponen en juego nuestra integridad y salud mental. Llovió todo el día de manera exagerada, como para que no quedaran dudas. Eso sí, me llamaron y concerté una nueva visita para el jueves 19 de Marzo; en ese momento no sabía que el lunes iba a estar en casa y sí sabía que martes y miércoles llovería. No se podrá decir que soy un improvisado.
Estoy relatando lo que yo catalogué como una cuarentena de televisión, ni por casualidad pensaba en esos días lo que luego sucedió.
El domingo 15 me enteré, como todos, de las medidas restrictivas en las que yo estaba incluido, por mayor de 60 y por padecer Epoc. Mi primer impulso fue ir a trabajar, tenía la excusa perfecta: devolver la llave y luego volverme… o no. Por suerte en un momento los hijos revierten la historia y nos cagan a pedos. Acepté gustoso las sugerencias de mis hijas y desde el 16 estoy en cuarentena.
Convengamos objetivamente que no es la mejor situación enfrentar un aislamiento sin Internet. Un gran trabajo mental me permitió empezar el lunes con optimismo: consistió en arengas futboleras, insultos, voces de ánimo y cantitos de hinchada para salir a comerme la cancha.
La primera tarea fue encarar al equipo de audio. Escarbando en mi memoria, apareció un lejano recuerdo que me permitió ubicar la AM y la FM de la radio. Convencido de que lo que se venía era una guerra sin cuartel, festejé como un gol cuando alguien me habló desde el aparato. Tratando de armarme una rutina que calmara mi neurosis, a las nueve de la mañana apagué la radio y me enfrenté con el otro obstáculo: la compu. Gracias a quien corresponda, la tímida rayita de recepción alcanzó para enganchar un canal de noticias, que no se cambiaría en todo el día. La información estaba asegurada, mi ánimo se afirmó en el optimismo.
La consigna para Rincón de Palabras estaba escrita desde el domingo en borrador, pasarla al Word llevó un tiempo agradable y consumidor de ansiedad. Incluso ese día pude leerlo y releerlo, aunque esto no garantice calidad.
Paralelamente, las noticias me ubicaban en el motivo por el cual estábamos en casa. Para ser sincero, los días anteriores cuando escuchaba: “tenemos que cuidar a nuestros abuelos”, no me sentía aludido, no me llegaba el mensaje. Creo que el primer acuse de situación fue cuando la familia mostró su preocupación, sugiriendo imperativamente que guardara la cuarentena.
No lo imaginaba sencillo. No es lo mismo disfrutar del descanso, de una lectura o de escribir, sabiendo que se puede pausar en cualquier momento para salir a la calle, por obligaciones o por gusto. Aquí la prohibición juega un papel psicológico muy importante, estás obligado a entretenerte y esto nos molesta.
En mi caso, no pude escribir hasta el jueves 19, tal vez influido por una mala noticia, tal vez porque el miedo o la preocupación iban ganando espacio. Leer tampoco fue lo mismo, no lo disfruté como siempre, fue mucho más una rutina que un momento placentero.
Desde el punto de vista de la logística, mi hija hace las compras por mí y me la deja en la puerta. A mis nietos los veo a distancia asomados a una ventana; a mis nietas, por video llamada (agradezcamos este milagro positivo de la tecnología).
El primer día se pasó entonces entre preparativos y acondicionamientos, creando el escenario más propicio posible. Por la noche, series en pantalla reducida pero pantalla al fin.
El martes avancé con la lectura de “Los Enigmas de Augusto Dupín”, de E.A. Poe. Se trataba de una relectura porque esta situación me encontró sin libros a estrenar, por lo menos en papel.
También fue una jornada de descubrimientos, primero noté la presencia de una bicicleta fija que servía de adorno y parecía decirme: “aprovéchame”; acepté la sugerencia y comencé con veinte minutos como objetivo, que se convirtieron en veinticinco. Segundo, descubrí que desde mi casa podía sentarme frente a mi computadora de la oficina en Lomas de Zamora. El encargado del tema de la oficina dejó instalada la misteriosa conexión. Pude actualizar alguna tarea y recuperar un poco de normalidad. Sin duda, lo más significativo fue mi visión futurista y armar en el patio de casa un circuito para caminar: abriendo la puerta del pasillo se gana un corredor que sigue a lo ancho en forma de “L”. Una hora por la mañana y una por la tarde me cansan lo suficiente como para asaltar el sillón con un motivo justificado.
La rutina neurótica iba tomando forma y el miércoles estaba armada totalmente. Me tranquilizó saber qué haría a continuación, desde la bicicleteada de la primera hora hasta bajar la tapa de la notebook al final del día.
El segundo libro fue: “Cuentos de los años felices”, de Osvaldo Soriano, tan alejado de lo que escuchaba en la tele, sin embargo, curativo. Creo que, como todos, fui ganando conciencia respecto a la pandemia, reforzando cuidados y difundiendo los consejos oficiales.
No tan sorprendido como indignado, miraba atónito cómo muchos compatriotas preparaban la fuga ante la inminencia de la cuarentena total, u otros escapaban del aislamiento que se imponía o paseaban como si nada pasara. Pero a juzgar por las imágenes que llegan de Europa, no es problema de nacionalidad sino de gran porción de la raza humana. Me cuesta ser optimista, hay una gran parte de la población que se caga en la solidaridad y la responsabilidad, arriesgando a todos.
Debo confesar que el jueves los nervios y la ansiedad dominaron la mayor parte del día. Como recordarán, debían venir a instalar Internet, por lo que desde muy temprano ejercí una fuerte presión telefónica para saber si trabajaban normalmente. Los nervios me consumían con el paso de las horas, sólo me calmó el último reclamo, cuando me dijeron que estaban a seis minutos de casa.
El sueño estaba a punto de convertirse en realidad, llegaron dentro del límite horario convenido, minutos antes de las 13 hs. Y terminaron a las 14.30 hs. Volví a sentirme un tipo más o menos normal, pero decidí no abandonar lo recuperado y la radio me sigue acompañando varias horas del día. El resto de la jornada lo consumió la inminencia del aislamiento general y obligatorio que en horas de la noche sería oficial.
Este relato comenzó con una cuarentena de televisión, sarcástica, irónica y graciosa, que terminó bien. Se fue agregando la dura realidad de una cuarentena sanitaria, que esperemos también termine bien y lo más rápido posible.
Sigamos en casa, la música ayuda mucho, la recomiendo.
Son sólo vivencias de un aislado que pienso pueden ayudar a largarse a muchos que quieran escribir, tal vez el tiempo ocioso ayude.
Finde
La particularidad de la pandemia es que no respeta credo, raza o religión, nos iguala a todos y la cuarentena iguala las características de los días. Se pierde el encanto del fin de semana: dormir hasta tarde no es privilegio de sábado o domingo; una limpieza general de la casa, tampoco, morir en el sillón a ver tele tampoco. Se pierden los privilegios del día no laborable, y como tampoco puede haber planes especiales para salidas, festejos o fútbol, llega un momento en que no sabemos en qué día estamos. No es tan grave, es novedoso y desafiante. Por ahí el mantener lo que habitualmente comemos en el finde ayude.
Como última reflexión, una confesión: completé dos jornadas seguidas sin prender la televisión, algo inédito en mí, y les diría mal que me pese “Sí se puede”.
CONTINUARÁ O SEGURAMENTE NO.
DIARIO DE UNA CUARENTENA, por Alejandra Cohen
¿Qué está pasando?
Estamos transitando por el mes de febrero, mes de calor y altas temperaturas, mes de vacaciones los placeres de ir a alguna playa paradisíaca, sierras o montañas y, tal vez, algunos se animen al frío europeo o del norte; un abanico de opciones nos lleva al descanso o al cansancio.
Y de repente, del otro lado del hemisferio escuchamos que apareció EL SEÑOR VIRUS, que quiere recorrer el mundo, sin visa y sin permiso, no le basta quedarse en su país de origen, EL SEÑOR VIRUS, quiere pasear por varios lugares, cruzar mares u océanos, profesar distintas religiones, molestar a los más humildes y codearse con los más ricos. No le importa nada y por eso lleva 29 países caminados…
¡Qué raros estos chinos!, pensamos…
Y mientras meditamos y disfrutamos del final de las vacaciones y el comienzo de las clases, no nos dimos cuenta que EL SEÑOR VIRUS se convirtió en un polizón y llegó desde Europa a nuestra querida Argentina, ni siquiera la viveza criolla lo pudo retener.
La pandemia llegó a este lado del hemisferio:
-se metió en una casa, cuarentena
-se metió en un barrio, cuarentena
-se metió en una provincia, cuarentena
A lavarse las manos por 20 segundos, a usar lavandina, a sacarse los zapatos, a usar los codos, a distanciarnos, a cuidarnos que llegó LA CUARENTENA OBLIGATORIA y
#yomequedoencasa
DÍA 1 – VIERNES 20 DE MARZO DE 2020
Me despierto a la hora habitual, a pesar de la cuarentena y de mi familia tratando de convencerme para no ir a trabajar. Trato de hacer unos llamados a fin de resolver algunos temas y trámites pendientes. Finalmente, los soluciono a medias, lo que implica que a las 14 horas esté en Palermo. Colectivo de ida, caminata de vuelta, entibiada por el sol. En ambos viajes observé y saqué fotos: calles casi desiertas, colectivos espaciosos, farmacias requeridas en fila y haciendo distancia, autos quietos, bares aferrados a sus cortinas, plazas vacías de risas y mocos… #alviruslofrenamosentretodos.
La ciudad se sentía extraña y silenciosa y mis pasos se adueñaron de los adoquines… un poco de nostalgia, sin embargo, me embriagó un sabor a solidaridad y la argentinidad al palo.
Regreso a mi casa y me apodero de aquellos programas televisivos que nunca puedo ver, esos culebrones mexicanos que te envician y, por supuesto, papel y bolígrafo, porque esto recién empieza.
#yomequedoencasa
DÍA 2 – SÁBADO 21 DE MARZO DE 2020
Sábado por la mañana, sábado de taller literario. Hoy, un encuentro diferente: “Rincón de Palabras al Viento” se transformó en una pantalla con “4 adultos” intentando conectarse a una videollamada, a estar unidos por la web. Un encuentro sin saludos físicos, sin compartir el mate ni el budín, un encuentro donde tampoco leímos del mismo libro ni de las fotocopias recicladas de Horacio… Un encuentro donde se ven las caritas, incluso esperábamos a que termine cada uno de hablar para que hable el otro (“un gran desafío esperar el turno de cada uno”); un debate pausado, escuchamos nuestros relatos y, como cada sábado, nos reímos y compartimos nuestro taller, despidiéndonos con un nuevo disparador.
El calor del sol me vuelve a rodear con sus rayos, mientras paseo a Gringo y me surto de verduras y frutas. Media cuadra y solo unos minutos esenciales.
Almuerzo liviano con Yasmín y Gringo, que trata de robar algo, lo que da lugar a un buen rato para hacer NADA, aprovechando que siempre hacemos TODO. Y mientras se acerca la tarde, la mesa se ve aplastada de textos y cuadernos, celular y tv buscando películas.
¿Podemos hacer nada realmente?… intentaremos saber qué resulta.
El sillón me invitó a soñar y por unos minutos me abracé a él. ¿Organizar las comidas diarias es una forma de ocupar nuestro tiempo? Todos los días lo hacemos, ¿por qué hoy nos dedicamos más? Estamos más creativos: jugos, licuados, preparados exóticos, ¿qué nos pasa?
Los aplausos de las 21 hs llaman a la luna y la ciudad se empezaba a aquietar un poco más. Las redes sociales nos acompañan y nos abruman; series y películas nos llevan a descubrir que la madrugada tiene un color especial, que su silencio calma a las luces y que es un buen momento para hacer un pacto con ella.
#yomequedoencasa
DÍA 3 – DOMINGO 22 DE MARZO DE 2020
…y la noche me acunó tanto que el sol me invitó a almorzar…
Parecería que viene una tarde más corta. ¿Qué hacemos? algunos faltantes comestibles me invitan a bajar, lista en mano y sin perder tiempo.
Algunas películas clásicas llaman mi atención…
Algunos mensajes del celular quieren mis palabras…
Algunos comestibles dulces / light se confabulan con mis manos…
Opción del día uno: a mover el cuerpo.
Yasmín y un video de zumba arranca la clase: mis brazos se descontrolan y pierden el ritmo, mientras que los remolones pies no se quieren separar del piso. Gringo y estos extraños movimientos nos regalan unas cuantas risas.
Opción del día dos: tipear los escritos para mi amiga Carina, les gustaría pasarlos… qué loco.
Definitivamente, los seres humanos nos adaptamos a todo, la imaginación está en plena ebullición y nos sorprendemos al saber que podemos…
#nohaymejorquecasa
DÍA 4 – LUNES 23 DE MARZO DE 2020
En estos días de cuarentena la alarma se fue de vacaciones, y no la voy a extrañar… por ahora…
Hoy nos toca remar todos juntos, codo a codo, desde los balcones, las pantallas, los mensajes…
Hoy nos toca disfrutar de estar adentro porque muchas veces estamos afuera…
Hoy nos toca descubrir esas habilidades re locas y ridículas para divertirnos.
Hoy es feriado y cuarentena: mientras me informo un poco y me río otro tanto, una lluvia de harina integral y cacao amargo se sumergen en un una pileta de aceite y leche y, ¡oh, sorpresa!, en minutos unos muffins / magdalenas me atacan por la boca.
En esta cuarentena fue muchas cosas, incluso un burako fabricado con cartón para entretenernos.
17 horas, momento indicado para que la pantalla del celular se divida en cuatro, un subgrupo de amigas casi normales.
Un grupo de cómplices que de solo cruzar miradas nos reímos.
Un grupo de mujeres que nos animamos a hablar.
Un grupo de diosas que compartimos nuestros miedos para sentirnos más livianas.
Un grupo de espionaje donde los códigos son inquebrantables.
Un grupo de cincuentonas unidas por una historia que comenzó con la señorita Olga y el delantal blanco y nos permitió seguir compartiendo la vida.
Hoy con mis amigas #yomequedoencasa.
EN CASA, de Horacio García
Sin abrazos y sin besos que se necesitan.
Sin besos y sin abrazos que se extrañan.
Sin abrazos y sin besos que se desean.
Sin besos y sin abrazos que se esperan.
Sin abrazos y sin besos que se merecen.
Sin besos y sin abrazos que expresan.
Sin abrazos y sin besos que demuestran.
Sin besos y sin abrazos que mejoran.
Sin abrazos y sin besos que abrigan.
Sin besos y sin abrazos que alimentan.
Sin abrazos y sin besos que ayudan.
Sin besos y sin abrazar es difícil vivir.
Solo es posible resistir.
Dibujar, grabar, filmar, pintar o hablar
Son opciones, no los dejes de dar.
Horacio, como siempre tus relatos están llenos de suspenso e ironías que atrapan! Vamos por más!
¡Sí, muy buen texto! ¡Y el tuyo también, Alejandra!