Leer modifica la forma de tu cerebro, además de que tiene impresionantes efectos sobre tus zonas de recompensa y placer.
Leer: todo el tiempo se nos dice que es algo bueno en sí mismo. Que es algo que “debemos” hacer, y por lo tanto, muchos dejamos de hacerlo o lo evitamos lo más posible al identificar la lectura con una tarea escolar. En raras ocasiones, un lector o lectora atraviesa esa maraña de buenas intenciones del sistema educativo y se encuentra con el hedonismo de la lectura: esa lectura por placer, por gozo genuino de los sentidos, incluso por morbo o por una sensación de peligrosidad.
Este placer, sin embargo, tiene su raíz en el cuerpo de los lectores. Más específicamente, en sus cerebros.
Una serie de estudios han mostrado las fascinantes implicaciones del acto de leer. Y es que leer no es un acto tan “intelectual” como nos han hecho creer, ni siquiera algo que hace un tipo especial de gente, sino una actividad que dispara la actividad cerebral de maneras que la neurociencia recientemente ha comenzado a observar.
Leer novelas promueve la empatía
Tomemos uno de los estudios pioneros en el campo interdisciplinario de la neurología de la literatura: en 2011, la revista Science publicó los resultados de un estudio que en el que se demostró que la lectura de obras de ficción puede mejorar la habilidad para comprender los estados mentales de otras personas.
David Comer Kidd y Emanuele Castano, de la New School for Social Research de Nueva York, evaluaron la capacidad de 1,000 participantes para reconocer el estado emocional de otras personas luego de leer fragmentos de obras de ficción y de no-ficción.
Algunos leyeron pasajes de Chéjov y otros leyeron fragmentos periodísticos. Después, los investigadores midieron qué tan capaces eran los lectores de identificar las emociones de una serie de rostros. El resultado fue que aquellos que leyeron ficción evaluaron mejor los estados de ánimo presentes en las imágenes que quienes leyeron otro tipo de textos.
Los investigadores demostraron que leer ficción promueve la empatía, que es la capacidad de ponernos en los zapatos de los demás. Según Kidd:
«Lo que hacen los grandes escritores es convertirte a ti en el escritor. En la ficción literaria, la incompletud de los personajes provoca que tu mente trate de comprender la mente de otros».
El poeta Arthur Rimbaud escribió que “Yo es otro”, y al menos en el caso de la lectura, esta investigación demostró que nuestro yo-lector puede entender mejor el mundo de los otros –un mundo radicalmente distinto, con el que incluso podemos no estar de acuerdo del todo–, haciendo que nuestro cerebro sienta como si fuéramos otros.
Las palabras crean efectos “físicos” en el cerebro
Una investigación española, publicada en NeuroImage, mostró los efectos que tenían ciertas palabras en el cerebro de los participantes. En mediciones con resonancias magnéticas, los científicos notaron que al observar palabras como “perfume” y “café”, la actividad de la corteza primaria olfativa aumentaba. De manera interesante, al leer palabras como “silla” o “llave”, esta zona no se activó.
La corteza primaria olfativa es una serie de zonas del cerebro entre las que se cuenta la amígdala, que es el repositorio de nuestros recuerdos más antiguos, muchos de ellos vinculados con el olfato. En uno de los pasajes más famosos de la literatura, el narrador de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust experimenta un súbito recuerdo de infancia (que desencadenará un largo viaje por su memoria) al probar un trozo de magdalena, cuyo sabor lo hizo transportarse de manera sensorial en el tiempo.
Esta investigación sugiere que el acto de leer ciertas palabras produce los efectos sensoriales asociados a esas palabras: al leer “café” o “ajo”, nuestro cerebro recuerda inconscientemente el sabor y el olor (ya sea que nos produzca placer o desagrado), y esto es especialmente evidente en el uso de metáforas.
En otro estudio de la Universidad Emory se demostró que al leer algunas figuras de dicción como “un día pesado”, la corteza sensorial se activa. Al leer una metáfora que involucra una textura, como “La cantante tenía una voz de terciopelo”, la actividad de la corteza sensorial de los participantes aumentaba. En otras palabras, nuestro cerebro es capaz de leer figuras retóricas de manera casi literal, al menos desde un punto de vista sensorial, provocándonos poderosas emociones asociadas a las palabras que leemos.
Leer aumenta el tamaño de tu cerebro
Puede parecer una broma, pero un estudio de la Universidad Carnegie Mellon demostró que la lectura literalmente puede hacer que la materia blanca del cerebro crezca. Los investigadores analizaron los cerebros de 72 niños de entre 8 y 10 años, y encontraron que la terapia cognitiva para mejorar habilidades de lectura promovió un aumento de la calidad y cantidad de materia blanca, el tejido que permite la comunicación entre distintas zonas del cerebro.
Las implicaciones de este descubrimiento podrían ayudar a tratar el espectro autista al incrementar los niveles de comunicación del cerebro consigo mismo, conectando zonas y promoviendo un mejor aprendizaje; además de mejorar el rendimiento de los niños en edad escolar, el cual se ha visto disminuido por el auge de las pantallas y dispositivos electrónicos en los últimos años.
La poesía nos eriza el cerebro
Si bien el mercado editorial invierte mucho más dinero en promoción de novelas u obras de ficción, es en la poesía donde la neurociencia ha encontrado un vínculo directo con las zonas de placer del cerebro.
En un estudio, publicado en Social Cognitive and Affective Neuroscience, se analizó el efecto en un grupo de personas –tanto lectores frecuentes como no lectores– al escuchar poesía en voz alta. Eugen Wassiliwizky y un equipo de investigadores del Instituto Max Planck de Estética Empírica seleccionaron fragmentos de autores clásicos como Hölderlin y Schiller, aunque los participantes también eligieron fragmentos de Shakespeare, Goethe, Rilke, Celan e incluso del filósofo Nietzsche.
Mientras los participantes escuchaban, los investigadores monitoreaban reacciones corporales como el ritmo cardíaco, las expresiones faciales, y por increíble que parezca, también el movimiento del vello corporal. Los “escalofríos” o “piel de gallina” fueron captados por cámaras especiales en los brazos y el cuello. Además, los participantes presionaban un botón cuando sentían estos escalofríos, y lo mantenían presionado todo el tiempo que durara esta sensación.
¿El resultado? 40% de los participantes mostró claros signos de escalofríos, lo cual es un porcentaje mayor a la respuesta obtenida al realizar la misma prueba al escuchar música o ver películas. A la par de la respuesta física, los científicos encontraron que la respuesta neurológica al escuchar poesía se va construyendo poco a poco, mediante un efecto que describieron como “pre-escalofrío”, el cual proviene del centro de recompensa del cerebro.
Aproximadamente 4.5 segundos antes de que un poema llegara a su clímax, el cerebro de los participantes se comportaba como si estuviera abriendo una barra de chocolate, o como si acabara de recibir una buena noticia. El “pre-escalofrío” indica que los participantes anticiparon inconscientemente los momentos más emocionales de los poemas, activando el núcleo de recompensa del cerebro y descargando una placentera sensación.
El efecto de anticipación fue captado en el cerebro incluso antes de que los participantes oprimieran el botón previamente mencionado. Es decir, nuestro cerebro ya está descargando una reacción de recompensa incluso antes de que nuestro cuerpo sienta sus placenteros efectos.
Leer puede ser la clave para variar entre distintos niveles de atención
¿Pero cuáles son las implicaciones prácticas de este tipo de estudios? Como si la recompensa neurológica del placer no fuera suficiente, la doctora en literatura Natalie Phillips y un equipo de neurólogos, todos de la Universidad de Stanford, descubrieron que el cerebro se comporta distinto según el tipo de atención que le prestemos a un texto.
Phillips y sus colegas diseñaron un experimento en el cual los participantes debían leer fragmentos de Mansfield Park, una novela de Jane Austen, mientras eran sometidos a un escáner cerebral mediante un aparato de resonancia magnética. Si bien un ruidoso y costoso aparato de este tipo no es el lugar idóneo para enfrentarse a los placeres y rigores de la literatura, los participantes fueron solamente candidatos doctorales en literatura, pues Phillips necesitaba personas que fueran capaces de distinguir entre dos tipos de atención al leer: la lectura por placer y la lectura de comprensión.
La lectura por placer es la que llevaríamos a cabo al leer despreocupadamente un fragmento en una librería. Una revisión casi superficial del texto, casi un paseo. Por otra parte, la lectura de comprensión es la que realizarías mientras estudias para un examen: tu concentración busca palabras clave, tu memoria funciona de manera distinta, e incluso puede aparecer algo de estrés.
Los experimentos de Phillips y sus colegas evaluaron el flujo de sangre hacia distintas zonas del cerebro cuando los participantes leían fragmentos de Austen. Según la investigadora, la lectura de comprensión “requiere la coordinación de múltiples funciones cognitivas complejas”, creando patrones muy distintos a los de la lectura por placer.
El movimiento ocular de los lectores fue analizado muy de cerca, y se contrastó con los cambios en el flujo sanguíneo al cerebro. Cuando Phillips les pedía cambiar el tipo de atención, también cambiaba el flujo sanguíneo. Lo que es más interesante: la lectura por placer aumenta la respuesta neuronal de zonas del cerebro dedicadas a las percepciones sensoriales.
Uno de los objetivos de este experimento fue valorar los estudios literarios en términos cognitivos a partir de un concepto de la literatura del siglo XVIII, la “atención flotante” (wandering attention). Más allá de producir críticos o estudiosos de la literatura, las carreras de humanidades y sus estudiantes pueden mostrarnos la forma en que nuestros cerebros procesan información, incluida la información sensorial y placentera. De acuerdo con Phillips, la enseñanza de la lectura de comprensión:
«puede servir, literalmente, como una forma de entrenamiento cognitivo, enseñándonos a modular nuestra concentración y usar nuevas regiones del cerebro a medida que nos movemos con flexibilidad entre distintas modalidades de atención».
Leer, después de todo, no resulta ser una actividad abstracta e intelectual, sino una que despierta nuestro cuerpo al placer, que nos permite interactuar mejor con otras personas, y que puede hacernos variar la manera y profundidad con que prestamos atención al mundo que nos rodea.
Fuente: Ecoosfera