Las lecturas que llevamos a cabo todos los días pueden definir, en un grado importante, el itinerario de nuestras ideas, de igual forma que las experiencias de vida moldean la personalidad y la alimentación, el cuerpo.
La filosofía suele mostrarnos el camino de la reflexión, la duda y la crítica. La literatura nos enseña a entendernos a nosotros mismos y a quienes nos rodean, con lo cual también puede avivar la compasión que ya existe en nuestro interior. Las lecturas científicas expanden nuestro conocimiento del mundo que habitamos y de sus fenómenos. La poesía ilumina la existencia, en la medida en que nos descubre el mirar y vivir la vida estéticamente. Hay ensayos que nos provocan y nos desafían a pensar diferente; otros sólo desean mostrarnos algo que ignorábamos. Pero esto no es lo único, ni lo mejor, que provee esta práctica, puesto que leer también brinda placer.
Sin embargo, en al actualidad la mayoría de las personas encuentran cada vez más difícil encontrar tiempo para dedicarle a la lectura. A pesar de que vivimos rodeados de textos escritos (mensajes de textos, correos electrónicos, etc.), la realidad es que dentro del mundo acelerado en el que vivimos, donde predomina la brevedad e inmediatez, muy pocos llevan a cabo prácticas de lectura realmente valiosa, puesto que estas implican más tiempo. Algunos creen que los contenidos de internet atrofiaron nuestra capacidad de demorarnos y disfrutar en la espera, ¿eso significa que hemos perdido para siempre la posibilidad de embarcarnos en esas travesías lectoras? Sería muy interesante el debate de este último punto.
Sólo cuando el ser humano se detiene –es decir, divaga, se aburre, deja de hacer, sueña despierto, piensa, reflexiona–, es capaz de crear, generar ideas nuevas, atreverse a hacer cosas de forma distinta. Todas las artes, la filosofía y otras obras afines son resultado de la posibilidad de detenerse y demorarse. Y la lectura no es la excepción sino más bien una de las mejores formas de practicar ese no-hacer creativo, esa pérdida de tiempo deliciosa en la que nos permitimos no sólo no hacer lo que se supone que deberíamos de estar haciendo, sino además porque a cambio elegimos ese no-hacer a través de algo que nos gusta, que quizá es inútil en términos productivos, que toma su tiempo para poder disfrutarse…
En la historia del desarrollo de las civilizaciones humanas, la cultura escrita ha sido por muchos siglos uno de los alimentos fundamentales del pensamiento, por lo que sería importante preguntarnos cómo lo alimentamos hoy en día. ¡Contame cuáles son tus lecturas diarias!