Personas en situación de calle ofrecen libros a precios económicos para combatir la crisis y falta de trabajo. Sus proveedores son los cartoneros y la gente que los regala.
La pandemia trajo muchas cosas, entre otras, un mercado informal de libros. Se trata de personas en situación de calle que comenzaron a vender libros en las veredas, cual manteros. Este es el caso de Carlos Sotelo, quien a sus 62 años se gana la vida todos los días vendiendo libros en Florida y Lavalle. “Los libros son el alma del ser humano, tenemos que consultar siempre. La gente se porta muy bien. Es extraordinaria. Me saco el sombrero. Estoy infinitamente en deuda con ellos”, confiesa.

A modo de librería a cielo abierto, el stock de Carlos consta de más de 200 libros y recorre todos los géneros: poemas, clásicos, novelas, libros de historia, psicología, filosofía, política, impuestos, autoayuda, asuntos legales y tributarios, textos escolares, cuentos para chicos, algunos títulos en francés y en inglés, entre otras publicaciones.
Además de las donaciones de diferentes personas, los cartoneros también se encargan de conseguirle libros en muy buen estado y luego hacen la transacción para venderlos al público. “La gente tira los libros a la basura y ellos los recogen. Después me los venden a mí. No entiendo cómo pueden tirarlos así, en vez de regalarlos a una biblioteca”, se indigna Sotelo.
Cada ejemplar tienen un valor de entre 100 y 200 pesos. Su método es vender en cantidad y barato. Así, en muchas ocasiones los transeúntes se llevan uno, dos y hasta diez títulos. “A veces pongo yo el precio o lo pone la gente. A veces me dejan más dinero de lo pensado”, comenta.
Sotelo trabaja como artesano desde hace 20 años, haciendo tejidos y como rastaman. Desde hace un año y medio, eligió la cuadra de Florida y Lavalle como su refugio y allí ofrece su diverso catálogo de libros, de literatura y no ficción, sin tomarse feriados ni fines de semana. De esta manera, logra vender alrededor de 40, 50 libros por día, incluso, a veces hace 2.000 pesos por día. «Si hago 4.000, 5.000 pesos es un gran día”.
En cuanto a su situación de calle, explica: “Vivo en la calle porque yo lo elegí, puedo alquilar pero no puedo llevar los libros a un hotel, subirlos y dejarlos ahí. Acá no hay un depósito o lugares donde pagues y te guarden las cosas”.
Librerías ambulantes porteñas
Pero Carlos no es el único librero ambulante, en otras zonas transitadas de la Ciudad de Buenos Aires también se encuentran personas «sin techo» realizando esta actividad, como Martín Sánchez, en Palermo desde hace 17 años.
Sánchez, de 70 años, es un gran lector y fue acumulando muchos libros que le fueron donando. Por eso, decidió desprenderse de algunos para bajar el stock y los exhibe con su valija que trae en un changuito de supermercado. «La gente me los dona, entonces yo no los puedo cobrar. ¿Cuál es el precio? La voluntad de la persona. Y se vende mucho porque la gente grande principalmente, y más en esta pandemia, lee mucho», destaca.
En Belgrano, Marcelo Luis, al igual que Carlos, también vive en la calle y desde hace seis años vende libros en la vía pública. Trabaja todos los días en la esquina de Juramento y 11 de Septiembre. Se va a la tardecita: recoge unos 50 libros y los acomoda en un carrito para hacer las compras. “Esta es mi parada, acá estoy yo hace años. Vendo lo que quieras. Los libros son baratos. Son usados pero están en buen estado. Los vendo a 200, 250, 300 pesos cada uno. La gente se copa y me ayuda”, reconoce.
Foto destacada: Fernando de la Orden