De este masivo phishing —ardid fraudulento en Internet con el que se pretende captar datos privados, en este caso literarios, suplantando la identidad de terceros— se vieron afectados autores como Margaret Atwood, Ian McEwan y Jo Nesbø.
Aún se desconoce la identidad y el objetivo del pirata (o piratas) cibernético que llevó adelante estas estafas, haciéndose pasar por contactos profesionales de las víctimas. El pirateo comenzó hace al menos tres años y ha dejado su rastro en Suecia, Taiwán, Israel e Italia. En Estados Unidos ha explotado este año, alcanzándose el mayor volumen de correos electrónicos con ocasión de la feria del libro de Fráncfort, que debido a la pandemia se desarrolló de forma virtual.
En diciembre, el escritor James Hannaham, que estaba a punto de publicar una novela, recibió un correo electrónico supuestamente de su editor, en el que este le pedía que le remitiese la última versión del manuscrito. Como el mensaje había llegado a una dirección de correo que Hannaham raramente usa, utilizó su servidor de correo habitual para contestar. Así, su auténtico editor le respondió que no le había pedido nada.
Lo extraño de todo esto es que no se ha pedido recompensa por las obras ni estas fueron desviadas a la web profunda o al mercado negro. “El verdadero misterio es el final”, sostiene, en declaraciones a The New York Times, el editor Daniel Halpern, víctima asimismo de la estafa. “Parece como si nadie supiera nada más allá del hecho en sí y esto es lo inquietante”.
Ni siquiera se sabe a ciencia cierta si el mundo de las letras se las ve con un solo estafador, o con varios, pero sí que este conoce todos y cada uno de los pasos que da un original hasta el estante de una librería. A menudo, los correos contienen alusiones a información previamente difundida en medios de comunicación o redes sociales sobre la compra de derechos de una obra, o los planes de publicación de tal otra. Una de las teorías más plausibles del mundillo literario, convertido a la sazón en una especie de personaje gremial de una novela de Agatha Christie, es que la estafa surge de los conocidos como ojeadores literarios —la misma figura que en el fútbol—, quienes, una vez localizada una joven promesa o un hipotético éxito, venden a la vez los derechos de la obra inédita a editores internacionales y a productoras de cine y televisión.