Hay una explicación científica para que muchas veces, tras leer un libro, la historia que nos cuenta se recluya en un pequeño rincón de nuestro cerebro, de dónde no quiere salir.
Generalmente, solo recordamos ciertos detalles, cómo nos sentimos al leerlo, en dónde estábamos cuando lo leímos, algún personaje o vagas imágenes. La razón científica se resume en algo que se llama curva del olvido. Esta es la encargada de marcar el declive de nuestra capacidad de retención de memoria a largo plazo.
¿Qué es la curva del olvido?
La lectura mezcla emociones, manipulaciones y pensamientos. Una vez terminamos el acto de leer, todo ello se desvanece. Por lo menos así le sucede a la mayoría.
Y es que, por el funcionamiento de la curva del olvido, la información que obtenemos al leer o ver una serie o película se va perdiendo si no hacemos un esfuerzo real por retenerla. Esta curva es más pronuncia durante las 24 horas siguientes a la lectura de un libro (o de ver una película). Igual sucede si estamos estudiando algún tema o apuntes de clase. Si no realizamos un esfuerzo por retener información, se marchará todo de nuestra memoria.
Con el paso del tiempo, la memoria sigue languideciendo. Unos días después de la lectura, apenas recordaremos una cuarta parte de lo estudiado. Y así, sucesivamente según se van pasando los días, perdiendo cada vez más información hasta que no quede nada en nuestra mente, tal vez solo nociones y sensaciones. En un artículo publicado en The Atlantic Julie Beck, al hablar de esto, hace una comparación con llenar una bañera, sumergirte en ella y ver cómo el agua se escapa por el desagüe hasta no quedar nada.
Científicos aseguran que este fenómeno se acentuó en los últimos tiempos debido a la presencia de internet. Antaño, debíamos hacer esfuerzos por memorizar algo; hoy, con la facilidad para acceder a información online, no nos preocupamos demasiado por recordar y mantener en nuestra memoria datos, nombres, tramas, etc. Así lo estimó el estudio realizado por el National Center for Biotechnology. El acceso libre a información y futuro nos invita a esforzarnos menos por aprender. Se podría hacer una comparación y decir que Internet funciona como una especie de memoria externa que nos permite vaciar la nuestra. Pero un simple libro también puede funcionar como memoria externa. Cuando sabemos que un dato está en un libro y que podemos acceder a él en cualquier momento, no sentimos tanta necesidad de recordarlo.
Consciente de ello ya en el siglo IV a.C., Platón se refiere al uso de la palabra escrita en un diálogo entre Sócrates y Fedro en el que advierte que alentará el olvido porque hará que se confíe en caracteres escritos externos y no en la memoria (paradójicamente, solo conocemos las palabras de Platón porque fueron escritas). Si Sócrates rehuía de la escritura era porque creía que mataba la memoria y aunque en parte tiene razón —según comenta Jared Horvath, investigador de la Universidad de Melbourne—, este es un mal menor si lo ponemos en una balanza junto con todas las cosas que nos ha aportado la escritura. ¿Podría el acceso y consumo de una cantidad de información y entretenimiento sin precedentes compensar un uso más deficiente de la memoria?
El tipo de lectura más común es el que hacemos en Internet, ya sea como forma de ocio o para obtener algún tipo de información. Lo importante es tener en cuenta que para que esa información se convierta en conocimiento es necesario que se adhiera. Lo único que conseguimos con la lectura compulsiva y consumista es un momento satisfactorio y la sensación de que queremos más. Si leemos un capítulo por día de un libro en lugar de leerlo de golpe, obligamos a la memoria a hacer el esfuerzo de volver al punto en que dejó la lectura todos los días, a la vez que toda la historia completa se va recordando durante todo ese tiempo. En cambio, si se lee un libro de un tirón, no llevaremos a cabo ese acto de volver a procesarlo una y otra vez.
¿Vos cómo solés leer?