Fantasma
Como todos los días, camino hacia el aula con los cabellos despeinados, el andar pesado y los ojos legañosos y empequeñecidos. Nunca me gustó madrugar. Me siento en el fondo y espero la llegada del primer profesor. Me entretengo mirando las luces del techo, que de súbito comienzan a titilar…
A lo lejos escucho que alguien se queja de que otra vez fallan los focos de luz. Algunas cabezas se aproximan para murmurar. Sé que están hablando de mí, pero no me importa. Incluso me agrada que me teman, hace que mis travesuras sean más divertidas. Desde aquella fatídica mañana de 1920, es mi única diversión…
Déjà Vu
Abrió los ojos. Solo podía ver un techo muy bajo de losa y cuatro paredes deprimentes que lo acosaban de cerca, quitándole la respiración.
Intentó entender qué estaba sucediendo, pero solo tenía una certeza: ya había vivido ese momento. Quizá solo fuera un sueño recurrente, como esos que aparecen cada tanto para ser luego desterrados de la conciencia.
De pronto, un rasguño en la madera, como si algo estuviera royendo una superficie, le hizo saber, nuevamente, por qué reprimía esa realidad y volvía al mundo onírico cada vez, como un pertinaz déjà vu.
Duelos
El oro de su mirada lo atravesaba desde ese espumoso océano de cabellos negros. ¿Dónde lo había visto antes? Lo acarició y su ronroneo le agradeció. De pronto, la oscuridad lo envolvió y un río glacial surcó sus venas. Parpadeó para desvanecer las sombras que revestían su ojos y recorrió con la vista todo a su alrededor. Azorado, descubrió que el moderno bar donde estaba tomando una cerveza ahora era un precario salón, cuyas paredes desconchadas y pequeñas mesas de madera apenas se sostenían en pie. Frente a él, continuaba recostado el altivo felino con su eterna vigilancia. Quiso preguntarle qué estaba sucediendo, pero se contuvo. Salió y la inmensidad del verde desierto lo saludó.
—Por fin el destino cruzó nuestros caminos otra vez —profirió la cascada voz a sus espaldas mientras la mano extraía el facón.
Libromagia
Una mujer lee un libro sentada en el parque. Con la espalda apoyada sobre un grueso tronco y las piernas estiradas, una sobre otra, pasa las páginas con placidez. De golpe, las letras comienzan a moverse, giran, saltan y se escapan hacia otros lados. Ella parpadea y con el ceño fruncido aleja el libro unos centímetros para enfocar mejor; luego lo acerca a su rostro. Las palabras, traviesas, continúan con su juego y aprovechan para envolverla en su magia…
Poco después, un perro encuentra un libro abierto sobre el pasto. Mientras las páginas cosquillean su hocico, su dueño se acerca y, curioso, lo levanta. Mira hacia todos lados, pero nadie parece ser su dueño. Observa al árbol que, con su grueso tronco, lo protegía y decide llevarse el objeto de papel que promete grandes aventuras. Siempre le gustó leer…