“El teatro es un amante exigente”

En un rincón verde de Almagro y entre hojas secas que revoloteaban por el aire alrededor, Francisco Civit abrió por un rato su mundo para contar cómo comenzó su carrera en el universo de las artes escénicas.

“Neurótico amigable y extremadamente curioso e inquieto”, como él mismo se define, Francisco confiesa que comenzó a incursionar en el mundo del teatro gracias a una chica que le gustaba. “Tenía 17 años y esta chica se puso a estudiar teatro en La Tribu, una radio y centro cultural. Entonces fui a tomar clases. A la segunda clase ella se fue y yo estoy acá”. Sin embargo, explica que fue recién cuatro años después que descubrió que lo que quería para su vida era hacer teatro: “Antes lo hacía como un hobby, como un tallerista más. La decisión de dedicarme ininterrumpidamente a la actuación fue realmente a los 21”.

Veinticinco años después, y luego de una gran formación que su curiosidad lo llevó a realizar, ya tiene renombre en el mundo teatral independiente como actor y director, además de encargarse en muchas ocasiones de la música y del texto de las obras que lleva al escenario. “Fue a los 30 años cuando me empezó a llamar mucho la atención la dirección de teatro. Así que decidí inscribirme al taller que daba Rubén Szuchmacher en el Rojas. Fue brillante, empecé a abrí la cabeza sobre distintas formas y lenguajes”, relata y continúa: “La tarea de dirigir es muy exigente, especialmente en el teatro independiente, donde adolecés de un montón de materiales y cuestiones económicas que tenés que resolver de maneras ingeniosas”.

También en un momento de su recorrido, y fiel a su definición de persona inquieta, comenzó a picarle otro bichito: la necesidad de retribuir de alguna forma a los demás todo lo que él había recibido y seguía recibiendo, por lo que entró en el mundo de la docencia dando clases en Adrogué. “Me gastaba toda la plata en viáticos y comer. Pero se convirtió en una experiencia muy linda, muy rica”, resalta. Luego, dictó clases con Mosquito Sancineto y Rubén Szuchmacher.

Con este último y Carlos Gandolfo como sus grandes maestros, este artista nos cuenta que ve al arte como una necesidad y una búsqueda. “Yo creo que el lado artístico aparece por un tema de inquietud, de hacerse preguntas, por una necesidad de contarle algo a alguien”, sostiene y agrega: “Los actores tienen una gran importancia social, porque están constantemente vinculados con lo que sucede en su aquí y ahora. Además, decide qué tipo de historias va a contar y cuáles no, lo que genera una identificación sobre quien lo sigue y una reflexión, una marca o por lo menos una posibilidad de pensamiento. Por ejemplo, con Republiquetas el rol es muy claro: obligar al espectador a reflexionar sobre la historia. Con que el espectador se haya tomado 10 minutos después de ver la obra para googlear algún dato o para pensar algo sobre lo que es la construcción histórica de un país, esa obra fue eficiente, efectiva en su cometido. Y si eso pasó, claramente su rol social es extremadamente importante”, concluye.

¿Qué es lo que te motiva para actuar o dirigir una obra?

Como actor mi desafío es tratar de nunca repetirme, de no ser yo. Si me subo al escenario no es para ser yo, yo como persona no me creo muy divertido o interesante pero sí los textos, sí las historias, esos personajes sí son interesantes. Eso me resulta muy enriquecedor.

Y como director, lo que me interesa es la creación, la exploración, la investigación de los lenguajes escénicos. Para mí dirigir una obra es un juego con el espectador, una especie de conspiración. Nos juntamos un grupo de gente y vamos a generar una gran estafa, es decir, vamos a hacerle creer a ese que está sentado ahí que este mundo es posible. Y en ese viaje, en ese juego, en algún momento entra en comunión con el espectador. Y ahí es donde ese lenguaje acontece, porque no acontece en el escenario ni acontece en la platea, acontece en el vínculo entre esos dos, en ese vínculo que se crea entre la platea que acepta esas reglas y el escenario que las sostiene y no defrauda a esa persona que está intentando creer que ese juego es real.

Pasa lo mismo en la literatura, cuando el lector acepta ese mundo ficcional que el escritor presenta como real…

Es que las artes juegan a eso. Son sistemas con una estructura poética muy clara, muy específica, el que lee o ve una pieza teatral tiene que reconocer ciertos signos que arman en su imaginario otra cosa que casi nunca es lo que está ahí… sí está guiada por eso que está en el escenario, en el papel, en la pantalla o en el lienzo, pero atrás de todo eso hay una reflexión para guiar la mirada del espectador, porque al fin y al cabo el teatro de por sí es una de las artes políticas por excelencia. Político en el mejor de los sentidos, es decir, tenemos que ponernos de acuerdo entre mucha gente para lograr un objetivo, y entre ellos está el espectador que no pudo charlar antes con nosotros, con lo cual esa comunión, ese ponernos de acuerdo va a ocurrir en la escena. Pero no solo en ese sentido, es imposible no ser político en el teatro. Hay un pensamiento político detrás, pero la política no es una mala palabra, hoy parece una mala palabra, pero en realidad lo que hay son movimientos políticos que nos hacen generar pensamientos sobre lo político, es otra cosa.

¿Qué es el teatro para vos? ¿Cómo lo definirías?

Es un arte escénica muy clara, es un arte performativa donde se con­densa la literatura, la música y la plástica, y entre esas tres artes generan un universo único porque la combinación entre esos factores es inmen­sa, no sé si infinita, pero sí inmensa desde el punto de vista formal y teó­rico. Es un sistema, un lenguaje, una forma de comunicación, un estilo de vida. No un estilo de vida hippie o relajado. Todo lo contrario, el teatro en sí es muy exigente, es un amante exigente. Te pide mucho tiempo, mucha perfección, mucha fuerza, mucha entrega, mucho trabajo que quizá no es tan redituable económicamente por la cantidad de esfuerzo que te exige en cantidad de horas de ensayo, de estudio, de preparación.

Republiquetas para mí es una obra netamente optimista, porque justamente el mensaje es ‘noso­tros estamos haciendo la historia’. Cuando dicen al final: ‘estamos haciendo historia incluso en este momento, ahora, ustedes sentados ahí, nosotros acá parados’, están haciendo quizá un fragmento ínfimo, una piedrita de arena de lo que es esa playa que se va a llamar 2017.

Al momento de la entrevista, entre todos los proyectos que Francisco tenía en mente y llevando a cabo se encontraban Republiquetas (1816 año terrible), que se presentó en El Kafka (Lambaré 866). Durante los 50 minutos que dura la obra, Gabriel Yeannoteguy (co-escritor de la pieza junto a Civit), Roberto Monzo y Fernando Migueles nos hacen reflexionar sobre nuestra his­toria, especialmente lo acontecido en la época de la independencia, a partir de una vorágine de información cruda y realista que presentan al público de manera muy dinámica, cerrando con una frase magistral que nos involucra a todos los argentinos.

Sobre ella, su director le comenta a Rincón de Palabras: 

Republiquetas para mí es una obra netamente optimista, porque justamente el mensaje es ‘nosotros estamos haciendo la historia’. Cuando dicen al final: ‘estamos haciendo historia incluso en este momento, ahora, ustedes sentados ahí, nosotros acá parados’, están haciendo quizá un fragmento ínfimo, una piedrita de arena de lo que es esa playa que se va a llamar 2017. Esto nos hace responsables a todos de nuestra historia y nos hace re­flexionar sobre la otra historia, la que aprendimos en la escuela, la que decidieron contarnos, la que decidieron omitir… que son decisiones, no es que sean malos o buenos. Son ideologías y ahí aparece lo político de nuevo. Pero no hay malos ni buenos, hay puntos de vista. Ahora, noso­tros podemos elegir cuáles son los puntos de vista que nos hacen crecer como sociedad y que no nos tiran hacia atrás. Por ejemplo, algo que rescato muchísimo de Republiquetas fue la importancia que tuvieron los pueblos originarios para nuestra revolución, para ser independien­tes. Sin ellos, jamás la Argentina sería un país libre y soberano, y hoy por hoy eso se encargaron de borrarlo y ahí hay un acto político muy grande. Entonces, podemos reflexionar sobre si está bien o está mal, podemos aprender. La historia es lo que somos, podemos taparnos los ojos y no verla y cantar la cancioncita o podemos mirar y decir: ‘Ah, bueno, esto es lo que pasó, ok’. No todo es blanco y negro, no todos son malos o buenos, el mundo es mucho más complejo. Lo que tenemos que tratar es de leerlo, interpretarlo y pensar qué es lo que queremos hacer con ese mundo en nuestras vidas, cómo queremos que sea ese mundo para nuestros hijos y ahí es donde tenemos que empe­zar a tomar decisiones.

Además, el equipo de esta obra está organizando para pre­sentar Republiquetas en colegios secundarios, a partir de la propuesta de varios profesores de historia que fueron a verla. “Nos encanta la idea porque, de hecho, nuestro espectador ideal cuan­do pensamos la obra era un chico de 16 años”, explica el artista.

De esta forma, Francisco Civit nos adentró no solo en su mundo, sino también en su forma de ver la sociedad y la influencia que tiene el teatro en ella, y nos demostró que es posible enseñar a través del arte.

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